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El ladrón de sueños
Ramiro siempre fue muy flaco y pálido, un ave nocturna. Desayunaba sus cafés hacía las ocho de la tarde. Tras el telediario se tomaba su valeriana para dormir del tirón hasta volver a ponerse hasta arriba de café. Ramiro fue un cazador de sueños. Tras el quinto café, entraba en trance. Su alma recorría cada noche grandes áreas de Madrid. Cuando sentía a una persona soñando su alma engullía su ensueño. Esta enseguida entraba en sueño profundo. Se despertaba espabilada y llena de bienestar. No era capaz de recordar lo que había soñado. Ese sueño le pertenecía a Ramiro, Se alimentaba de ellos. Además era capaz de utilizar los conocimientos de sus sujetos. Se ganaba la vida gracias a la ventaja que tenía jugando a la bolsa gracias a banqueros que cedían sus representaciones nocturnas . Además fue un escritor muy prolífico. No fue un parásito. Era un vampiro que no se alimentaba de sangre sino de energía onírica a cambio de bienestar. Todos salían ganando.
Ramiro no había conocido a nadie como él, No se imaginaba que hubiera más cazadores de sueños. Le gustaba mucho viajar. Pasaba bastante más de tres meses al año complementando su colección de sueños con sujetos de otros países, otros continentes. No importaba el lenguaje que sus presas hablasen. Los sueños tenían una energía universal. Eso sí. Ramiro era formidable aprehendiendo idiomas nuevos.
Todos los sueños que robaba estaban a flor de su piel, totalmente accesibles. La única ocasión que perdió sueños ajenos fue a los 17 cuando se emborrachó hasta perder el conocimiento. No volvió a beber alcohol. El tesoro de los sueños ajenos era demasiado grande para que se arriesgara a volver a perderlos. Las únicas drogas que tomaba eran las alucinógenas. Sus sueños que captaba adquirirán una profundidad abismal. Ramiro hacia saltos de gigante en la comprensión de todos los tesoros ajenos que le habían regalado sus sujetos.
Su vida cambió drásticamente hacia mejor cuando visitó Seattle con 32 años. La primera noche notó una energía sutil pero sobrecogedora que hacia cantar su plexo solar. Era un imán que sentía intermitentemente. Fogonazos en la oscuridad que duraban como mucho medio minuto. Su primera noche le superó esa sensación hermosísima. Sabía perfectamente en que dirección y a que distancia emanaba estas vibraciones gracias a las cuales su pecho cantase de felicidad. La segunda noche fue a buscar la cazadora de sueños. Se encontraron a mitad de camino. que les separaba. Follaron salvajemente esa noche y durante los siguientes 27 años. Sus tres hijos también eran cazadores de sueños. Ella murió en un trágico accidente de vuelo. El capitán estampó su avión contra una montaña en los Alpes. Ramiro estuvo varios años de duelo pero en un viaje a Helsinki volvió a ver esa maravillosa vibración en su alma.
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